Desde el inicio del proyecto quisimos despertar en los participantes la
curiosidad por la lectura, no en el sentido de motivarlos a leer (aunque
confiábamos en que esto podría suceder), sino en el sentido de animarlos a
reflexionar sobre las prácticas lectoras y cómo se han transformado en las
últimas décadas. Como ya dijimos, nuestro objetivo era investigar este tema mediante
la creación de un espacio para compartir experiencias y reflexiones acerca de
la lectura. Partiendo de sus “Ríos de lectura” (ver entrada del 9 de diciembre
2014), platicamos con los alumnos sobre lo que “cuenta” y lo que no “cuenta”
como lectura, sobre todo desde la perspectiva de la escuela. Hablamos también
de la lectura de otros miembros de la familia, de niños pequeños y de amigos.
Discutimos sobre la literatura “juvenil” y nos hicimos preguntas respecto a la lectura
en pantalla, tanto de libros como de distintos textos generados por las redes
sociales virtuales y también sobre la manera en que otros medios visuales como
las películas o los videojuegos invitan nuevas formas de lectura.
Ya entrados en el proyecto les pedimos que nos ayudaran a llevar a cabo
entrevistas sobre el tema de la lectura. La idea era que de esta manera ellos
podrían “adueñarse” un poco más del proyecto y participar, no como sujetos,
sino como investigadores. Existe cada vez más literatura sobre métodos participativos
de investigación con jóvenes (por ejemplo, Alderson 2008; Kellet 2005 &
2011; Powers &Tiffany 2006) que enfatiza la importancia de involucrarlos de
manera que realmente sea una experiencia significativa para ellos. En nuestro caso, intentamos que así fuera,
aunque sólo fuera una pequeña parte del proyecto general dado el tiempo
limitado que teníamos. Lo ideal hubiera sido concebir todo el proyecto desde el
principio con el grupo de jóvenes pero esto fue posible en esta ocasión. Sin
embargo, por breve que haya sido esta actividad, consideramos que fue un
pequeño avance en un contexto donde normalmente no se toman en cuenta la
agencia y las voces de los jóvenes y, como ya hemos dicho, donde la balanza del
poder se inclina casi totalmente hacia el adulto (ya sea maestro o
investigador). En otras palabras, este fue un intento piloto para mostrar el
potencial que puede tener una aproximación más participativa (y que además
podría adaptarse fácilmente como actividad pedagógica en el aula).
Para comenzar la sesión, les recordamos a los alumnos cuáles eran los
objetivos del proyecto y les explicamos en qué consiste el proceso de una
investigación (recabar datos, hacer análisis, llegar a conclusiones, publicar y
difundir resultados…). Enseguida, los invitamos a ayudarnos con la
investigación tomando un papel más activo aunque también les pedimos que
tomaran en serio la actividad, ya que implicaba un nivel elevado de
responsabilidad y de conducta ética. Tendrían que diseñar las preguntas en
grupos, apoyados por la investigadora, y luego cada uno entrevistar a una
persona conocida, mayor de 18 años. Primero tendrían que explicarle de lo que
se trataban el proyecto y la entrevista y obtener su permiso. Todos aceptaron
la invitación y se mostraron sorprendidos e intrigados con la idea, obviamente
era algo novedoso para todos ellos ser considerados como parte del “equipo”,
además de que se entusiasmaron con la idea de usar las mini-grabadoras.
No hay lugar aquí para entrar en detalle sobre el diseño de las
preguntas pero basta decir que el simple hecho de decidir qué preguntas hacer y
cómo, llevó a conversaciones importantes sobre los objetivos, temas y
expectativas del ejercicio y sobre algunas consideraciones éticas. Por ejemplo,
surgió la cuestión de que no todo mundo sabe leer pero que hacer la pregunta
“¿sabes leer?” a quemarropa podría incomodar a algunas personas; así es que un
grupo decidió que era mejor comenzar por preguntar si le gustaba leer, “para
que no se sienta ofendido”, como dijo Rodrigo.
Otra discusión interesante surgió entorno a una pregunta sugerida por
Alma, “¿De dónde es?”, ya que sus compañeros opinaron que no tenía que ver con
la lectura. Sin embargo, Alma persistió, “Puede que (en otros lugares) haya
otra diferente forma de leer los libros…”
En las listas finales de cada grupo, se incluyeron preguntas
relacionadas a preferencias en cuanto a formato de lectura (“computadora, tablet,
celular o libro físico”) y también relacionadas a opiniones sobre los cambios
en la lectura. Las respuestas a esta última pregunta resultaron muy
interesantes, ya que el rango de edad de los entrevistados fue entre 18 y 70
años. Por ejemplo, ésta fue la respuesta de una maestra de secundaria de 32
años:
Lucio: ¿Qué opina de cómo ha cambiado la lectura desde
que era pequeña o joven?
No sé si la
lectura haya cambiado, pero lo que sí puedo notar es que ahora los jóvenes creo
que leen todavía un poquito más a diferencia de cuando yo estaba en esa edad,
yo no recuerdo haber tenido un solo maestro en primaria o en secundaria que me
hayan tratado de inculcar el hábito de la lectura. Sin embargo como vengo de
una familia de maestros, pues siempre estuve cerca de los libros, y aun así no
tengo completamente ese hábito, a veces por falta de tiempo, por falta de
interés, pero yo creo que los jóvenes ahora sí están leyendo un poquito más,
quizás no los libros que deberíamos de leer, pero sí lo están haciendo.
Tras hacer las preguntas diseñadas por su grupo, Lucio continuó la
entrevista por su propia iniciativa, agregando nuevas preguntas:
¿Leer un libro le
ha ayudado a seguir adelante en su vida cotidiana, ante sus problemas y
adversidades que ha tenido?
Si pudiera hacer
un libro, ¿qué le gustaría plasmar en él?
Si tuviera la
oportunidad de decirle a un joven cómo cambiar su vida, en parte de un libro,
¿qué libro le recomendaría para que cambiara su vida?
No sólo aprendimos todos al leer las respuestas, sino también aprendimos
acerca de las preguntas mismas que los jóvenes investigadores formularon.
Casi todas las entrevistas resultaron demasiado cortas como para hacer
un análisis a fondo y en realidad no eran suficientes como para hacer
generalizaciones (además de que hubo algunos problemas técnicos con las
grabadoras). Sin embargo, el rango de edades sí nos permitió, junto con los
alumnos, entrever algunas diferencias entre las distintas generaciones. Por
ejemplo, fue fascinante saber que La
Ilíada fue el primer libro que un señor de 69 años, un campesino en el
Estado de Morelos recordaba leer y esto generó discusión en torno a la lectura
de los “clásicos”. Pero lo más importante de esta actividad no fue la
información que los jóvenes investigadores obtuvieron de las entrevistas sino
el hecho de que se convirtieron en agentes más activos, más curiosos y conscientes
del tema que abordamos junto con el hecho de sentir que su contribución eran
valorada y sería parte del proyecto de investigación general.
Referencias
Alderson, P. (2008) Children as
researchers: participation rights and research methods. In: Christensen P and
James A (eds) Research with children:
perspectives and practices. London: Routledge, 276-290.
Kellett, M. (2005) ‘Children as active researchers:
a new research paradigm for the 21st century?’ ESRC National Centre for
Research Methods, NCRM/003 www.ncrm.ac.uk/publications
Kellett, M. (2011). Engaging
with Children and Young People. Centre
for Children and Young People Background Briefing Series no.3., Lismore: Centre
for Children and Young People, Southern Cross University.
Power,
J. L. &Tiffany, J. S. (2006) Engaging Youth in Participatory Research and Evaluation,
Journal of Public Health Management & Practice 12 (6), S79 - S87.
http://www.nursingcenter.com/journalarticle?Article_ID=676564