miércoles, 12 de noviembre de 2014

La niña de rojo. Aaron Frisch y Roberto Innocenti.



Volver a contar las historias clásicas de los hermanos Grimm o de Charles Perrault con otro sabor o giro ha sido una especie de nueva “tradición subversiva” dentro de la LIJ desde más o menos finales del siglo veinte, e incluso ha repercutido en creaciones cinematográficas como la saga de Shrek y sus amigos. A partir de puntos de vista variados, muy oscuros o esperanzadores, un gran sentido del humor, y toda clase de recursos literarios como la metaficción, estas obras han vuelto a energizar el antiguo género del cuento de hadas y nos han hecho mirar el pasado con otros ojos.

Un buen ejemplo de ello es el libro álbum titulado La niña de rojo, escrito por el norteamericano Aaron Frisch e ilustrado por el italiano Roberto Innocenti, que con una gran calidad literaria retoma de una forma innovadora el muy conocido relato de Caperucita Roja, para insertarlo dentro de la modalidad temática de las aventuras familiares. Aunque idealmente dirigido a pequeños de ocho años, sus ilustraciones complejas, llenas de críticas sociales, burlas graciosas y lugares desangelados y sucios, que ofrecen un gran realismo por el cuidado en los detalles del entorno y en el físico de los personajes, y sus textos lúdicos que nos guían paso a paso, bien pueden encantar a lectores de todas las edades.

En una noche lluviosa, una viejita pequeña y brillante, como un juguete con luz propia, narra un relato a un grupo de niños en lo que tal vez podría ser una descuidada guardería: una tarde, Sofía, una niña que vive en un barrio pobre y peligroso de una gran ciudad, bajo el encargo de su madre sale de casa para llevar galletas, miel y naranjas a su abuela que ha estado enferma y necesita algo de compañía. Desafortunadamente, en el camino se topa con algunos chacales (una pandilla que viaja en moto) que la acosan, la rodean y no la dejan en paz.

Cuando todo parece más oscuro, alguien conocido como el cazador, un hombre joven y fuerte la salva y le propone llevarla lo que queda de trayecto. Ella le confía el estado de su abuela y su misión, pero tras haber transcurrido un corto trecho, su salvador dice tener que dejarla. Mientras Sofía llega finalmente al hogar de su abuela, el héroe, que en realidad era un lobo, se le ha adelantado y la espera para también acabar con ella. No obstante, ante el horror de los infantes que no dejan de llorar, la viejecita, conciente de que los cuentos son mágicos, ofrece a su audiencia un final feliz por el que también se puede optar.
Esto recuerda el término “eucatástrofe”, acuñado por J. R. R. Tolkien en su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”:

Pero el valor «consolador» de los cuentos de hadas ofrece otra faceta, además de la satisfacción imaginativa de viejos anhelos. Mucho más importante es el Consuelo del Final Feliz. Casi me atrevería a asegurar que así debe terminar todo cuento de hadas que se precie. Sí aseguraría cuando menos que la Tragedia es la auténtica forma del Teatro, su misión más elevada; pero lo opuesto es también cierto del cuento de hadas. Ya que no tenemos un término que denote esta oposición, la denominaré Eucatástrofe. La eucatástrofe es la verdadera manifestación del cuento de hadas y su más elevada misión.

Ahora bien, el consuelo de estos cuentos, la alegría de un final feliz o, más acertadamente, de la buena catástrofe, el repentino y gozoso «giro» (pues ninguno de ellos tiene auténtico final), toda esta dicha, que es una de las cosas que los cuentos pueden conseguir extraordinariamente bien, no se fundamenta ni en la evasión ni en la huida. En el mundo de los cuentos de hadas (o de la fantasía) hay una gracia súbita y milagrosa con la que ya nunca se puede volver a contar.

El final feliz ofrecido como otra posibilidad en La niña de rojo cobra importancia, pues permite este consuelo del que habla Tolkien. Cabe mencionar que esta eucatástrofe no es como el deus ex machina. A diferencia de éste, la eucatástrofe parte de elementos que están en la narración, no hay ninguna aparición mágica ni repentina.

Al revisar el libro de Frisch e Innocenti con los jóvenes muchas sorpresas nos aguardaban. Fue alarmante descubrir que los cuentos ya no gozan ni de tiempo ni de popularidad. En el acelerado mundo en el que vivimos ya no hay tiempo para contar cuentos, para compartir historias. Es más fácil ver una película que narrar una historia y la memoria se ve afectada, saturada por comerciales, marcas y mucha, mucha información, como muestran las ilustraciones de Innocenti en lo que Frisch llama “la selva”: un gigantesco centro comercial tapizado de imágenes que incitan a comprar y a vivir y pensar de una manera determinada.

Para la investigación es importante resaltar que entre las historias que más se repitieron en el cuestionario sobre los cuentos que recordaban los jóvenes estaba Caperucita Roja (57 veces), unos puntos después de Los tres cochinitos (67 veces). Sin embargo, para los chicos fue muy difícil reconstruir el cuento de Caperucita, ya que sólo recordaban fragmentos y no podían diferenciar entre las distintas versiones. Hubo detalles que tenían claros, como que la madre manda a Caperucita a casa de su abuela enferma y que el lobo la intercepta en el bosque, pero otros como lo que le llevaba a la abuela, si el lobo se come o no a la niña, o la presencia de un cazador/ leñador les costaron más trabajo.

También cabe mencionar que las versiones cinematográficas actuales de Caperucita Roja fueron más frecuentes y más cercanas para los jóvenes, como Buza Caperuza (2005) y La chica de la capa roja (2011), a diferencia de las versiones escritas de los Hermanos Grimm o de Perrault.

En la sesión analizamos primero la portada de La niña de rojo, después la contraportada y finalmente, las primeras páginas. Para los jóvenes urbanos fue muy fácil identificar los paisajes de Innocenti, porque pertenecen a su realidad, a lo que conocen, a lo que miran cuando salen a la calle o cuando miran la televisión. Y a pesar de la agresividad de algunas imágenes, las asimilaron y se las apropiaron, porque para ellos son más cercanas las bardas llenas de graffitis y las rejas con alambre de púas que el bosque de la Caperucita original. Los diferentes estratos sociales, la suciedad y la violencia son parte de su vida diaria. Surgieron muchas dudas a partir de la observación de las imágenes, pero también ideas propias y únicas de cada joven, explicaciones al mundo creado por Frisch e Innocenti, que a la vez eran explicaciones a su propio mundo, a sus miedos, a lo que observan.

Tolkien, J.R.R. “Sobre los cuentos de hadas”. Deartesypasiones.com.ar. Web. Archivo de Word.


Elisa Lamothe
Georgina Lamothe
Joselyn Silva

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